viernes, 10 de junio de 2011

Entra la vida y la muerte...



“Observa bien, no puedes fallar una segunda vez, no puedes fallar una tercera o la vez que sea. Está vez, tienes que ser tan certera como yo, tienes que tirar al blanco para poder liberarnos de la batalla que puede durar más de mil años”. La Muerte agachó la cabeza centrando toda su atención en lo que La Vida le reclamaba, lo que La Vida, amiga de toda una eternidad le explicaba una y otra vez.
Mientras, la niña sentada observando aquella puesta del sol, donde el astro rey se guardaba para descansar y emprender un nuevo viaje al viejo mundo. El viento le acomodaba el cabello rizado acurrucándole para ayudarla a dormir pero ella se inquietaba por el mar de preguntas que su mente tenía. Su acompañante, un cansado papalote de papel colorido como sus iris, la miraba con angustia y al mismo tiempo con amor, ese amor que entregan las cactáceas al florear en un desierto. Había un silencio sobre protector en el ambiente pero el ruido en su cabeza lo rechazaba e inestabilizaba. La Muerte se acercaba sigilosa, cautelosa de no volver a fallar. La Vida sonreía, La Vida se sentía viva. La Muerte aun temerosa sin saber que hacer se fue acercando cada vez más a la infante de vestido azul cielo, preparaba su hoz, aquel hoz magnifico que los dioses le habían obsequiado. Al aproximarse lo que su territorio le permitía dejo caer su hoz al escuchar: “Ven siéntate, te estaba esperando”. La Muerte que siempre había sido tan obediente, accedió y se sentó junto a la infante sin verla. “Voltea a verme querida”. Cuando giró la vista negra, observo que ya no era una niña, era una señorita esbelta, fina y estética. Sus ojos entre verdes y amarillos le asustaron, le inmovilizaron. “¿Qué piensas de la vida?”. No pudo contestar y levantó la mirada topándose con un millar de estrellas en el cielo. “¿Es acaso la muerte, la salida fácil de todo?”. Creyó tener la respuesta y con esa seguridad soberbia volvió a verla, estremeciéndose al ver a un lado de ella a una anciana. Sus ojos ya eran grises, eran ausentes. “Vienes a matarme y yo vine a enseñarte”. Un fuerte viento paso por sorpresa entre la escena llevándose una nube de polvo, de cenizas, de lo que fue la niña. “Yo soy tú, querida. No puedes matar a la muerte, no puedes matar lo infinito, el todo. Anda, levántate y bendice a todos los seres que acabaran entre tus manos, llénalos de regalos, de milagros, de sonrisas, de felicidad. Dales ganas de vivir solo así te agradecerán el día que te sigan a pintar estrellas en la infinidad del Universo.” La Muerte aun emocionada, se quedo sentada mirando las estrellas y la danza del cansado papalote.  

1 comentario:

  1. simplemente buenísimo!!! te felicito me pareció muy bueno el relato. Sigue así!!! :D

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