Dicen que
mis ojos se hundieron en los tuyos,
que
convertí mi
luz en el fuego que te abraza,
que cavé mi tumba con lágrimas,
con tu olor,
que
invoqué al olvido el día que te besé.
Dicen que
fueron testigos de mi vida,
la misma
que te di envuelta en pétalos marchitos,
la misma
que no pertenecía a
este mundo,
la misma
que engendró mi
muerte, mi vida tu vida.
Dicen que
mis huesos crujieron entre tus manos,
que mis órganos gritaron pájaros de auxilio,
que las
diosas sintieron orgasmos al verme morir,
morir por
verte vivir, por verte fornicar con mi dolor.
Dicen que
escucharon mis lamentos, mis latidos,
los últimos latidos que tocaron
aquella canción,
la que
compuse con las caricias ausentes.
Dicen que
así
estaba escrito, que así debía ser,
que tu
partida se asfixiaba en tu destino,
que tus
manos nunca fueron mías, ni de ellas,
que tu
adiós lo
escupías
desde tu llegar.
Dicen que
yo maté al
amor en ti,
que te
enseñé a
reír, a
volar, a lastimar;
que te
entregué mi
lengua envenenada,
que te
obligue con orquídeas
a olvidar.
Dicen que
yo, dicen que tú,
Dicen que
la culpa es mía, es
tuya, es de dos.
Dicen y dicen y no paran de decir
Todos los
reflejos que te vieron un día llegar
y sobre
el vuelo de una mariposa partir.