martes, 17 de mayo de 2011

Una historia que dormia

Se durmió la niña después de caminar por la misma historia casi un siglo. Se fue a un viaje largo, aletargado y lleno de sangre de coraje. Se fue de la mano con el psicoanálisis dejando rastro de su camino para poder regresar, sus lagrimas de cartón. Un señor le dio la mano para acompañarla, ella se la negó escupiéndole en los zapatos de charol que brillaban más que su aura. Se agitó, se mordió los labios y de ellos no salieron mas que palomas blancas que se evaporaron en un suspiro. Se fue gritando blasfemias que hirieron a un dios, a dos dioses, a tres dioses, a ninguno. Caminó despacio al principio por si se arrepentía, después corrió sobre cada letra escrita, sobre cada coma y sobre cada acento perdido en la gramática. La dama blanca le ofreció su mano para acompañarla y ella se la negó dejando un beso en su mejilla que la congeló, la hechizó, la mató. Se fue sin seguir un camino amarillo, ni azul, ni dorado. Ella seguía el camino de cráneos, de máscaras. Brinco los charcos de suicidas y se lavo la cara en el río de penas densas. Siguió el camino, recorriendo pasajes bíblicos de Cristo, de Mahoma, de Cortazar, de Fuentes pero se detuvo en Pizarnik. Se detuvo en Pizarnik y entonces la recibió en su cueva de ángeles de espuma, la sentó en sus piernas de corcho y con su tono de voz áspero como los cuchillos en el aire, le dijo: “Despierta que el círculo apenas ha comenzado a danzar con tu vida. Apenas descubrirás el sabor amargo de las letanías del amor y de los pájaros. Despierta, que al abrir los ojos sentirás el naufragio de tu alma por amar a una sombra y eso que el círculo apenas comienza.” La niña despertó y siguió caminando sobre la misma historia. 

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